Un año más el primer domingo de julio celebramos la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Lo hacemos en la proximidad de la fiesta de san Cristóbal, día 10 de julio, patrono de los conductores y transportistas, coincidiendo con el inicio de los desplazamientos masivos debido a las vacaciones de verano. En primer lugar, un saludo cordial a todas las personas que están relacionadas con la movilidad humana y la seguridad vial, y también a quienes trabajan en los servicios relacionados con la movilidad, y, del mismo modo, a los peatones que transitan por los centros urbanos. La movilidad, tanto de personas como de mercancías, es una realidad, una dimensión creciente en nuestra vida, y una característica de la sociedad del siglo XXI.
Las carreteras, autovías y autopistas se llenan en los meses de verano de vehículos particulares, en los que familias enteras se desplazan para pasar unas merecidas vacaciones o visitar a la familia, con deseos de disfrutar del reencuentro o gozar unos días de la playa o de la montaña. A los millones de conductores particulares hay que añadir los numerosos transportistas, nacionales e internacionales, de personas y de mercancías, que día y noche circulan por toda la red nacional, prestando un servicio fundamental a nuestra sociedad, que debemos valorar y agradecer debidamente. A todos ellos se dedica la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico del día 7 de julio.
El lema de este año está tomado de la respuesta que Jesús da a Tomás en la Última Cena: “Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6). La Sagrada Escritura presenta la existencia humana como la elección entre dos caminos: el que conduce a la vida y el que conduce a la muerte. El texto fundamental es Dt 30,15-16, en el que Moisés pide al pueblo de Israel que, antes de cruzar el río Jordán, ratifique la Alianza: «Mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla». Lo esencial para el hombre es saberse orientar bien, pues su vida se determina en función de esta elección radical que le ha de llevar a conformar su existencia a la voluntad de Dios.
El Nuevo Testamento emplea el mismo lenguaje y contrapone el camino que lleva a la perdición y el camino que lleva a la vida: «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos». (Mt 7,13-14). Jesús enseña el camino de Dios conforme a la verdad, y no se deja condicionar por nadie; y, además, es el camino vivo que lleva al cielo y da acceso a Dios: «Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Obviamente, este camino no tiene nada de material o físico, porque se trata de una Persona, pero el valor de la metáfora cobra todo su sentido del contexto: Jesús va a dejar a los suyos, precisamente para llevarlos al Cielo.
En consecuencia, los cristianos peregrinantes tenemos garantizada nuestra seguridad sean cuales fueren los peligros, imprevistos o duración de nuestra ruta. Ya no estamos abandonados a nuestras propias fuerzas para guardar los mandamientos y permanecer fieles, pues contamos con Cristo, un Mediador que nos purifica de nuestros pecados, que defiende nuestra causa, que es y comunica la verdad y la vida, que constituye el propio camino para ir a Dios. Basta, pues, seguirle para entrar en la Casa del Padre.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla