Basta echar un vistazo por cualquier medio de comunicación para darnos cuenta de que hoy, millones de personas en el mundo, en nuestras calles, en nuestros entornos cercanos, viven de espaldas a Dios. Como si no existiera. O peor, como si les irritase el hecho de que haya personas que crean en Él. En nuestras comunidades de vecinos, en nuestros lugares de trabajo y en nuestras familias encontramos personas que no conocen a Cristo, que desconocen su dignidad de hijos de Dios, que viven a medias porque no han oído hablar de Aquel que da un sentido pleno a la vida. ¿Y qué podemos hacer los miembros de la Iglesia? ¿Cruzarnos de brazos, atrincherados en los respetos humanos? ¿Vivir con resignación, entre la nostalgia y el temor a la incomprensión? ¿O pedirle a Dios el auxilio de
su gracia para anunciar con nuestras vidas que Jesús ha resucitado, de verdad? Los miembros del Movimiento de Cursillos de Cristiandad (MCC) optan decididamente por esto último: por la evangelización sin componendas y sin medias tintas; por el anuncio jubiloso de lo fundamental cristiano en nuestros ambientes; por anunciar que Jesús es el único que da un sentido pleno y feliz a nuestra vida.
Este movimiento de evangelización es un don de Dios a su Iglesia que se fue gestando entre un grupo reducido de sacerdotes y de jóvenes de Acción Católica de la diócesis de Mallorca, a lo largo de la década de los 40 del pasado siglo. La forma en la que este grupo preparó, entre 1941 y 1946, la célebre peregrinación a Santiago de Compostela que tendría lugar en agosto de 1948, fue perfilando un ideal y un estilo evangelizador, y sembró en el corazón de aquellos jóvenes una profunda inquietud apostólica.
Gracias a esta inquietud, los responsables del Consejo Diocesano de Acción Católica de Mallorca comenzaron a impartir unos Cursillos de Jefes de Peregrinos más amplios que los que se impartían en toda España. En ellos, constataron que el contenido esencial del cristianismo podía ser captado por personas que vivían al margen de la religión, y que incluso quienes no conocían al Señor vivían, en pocos días, una experiencia de Cristo que les impactaba. Aquellos jóvenes, seglares y presbíteros, fueron conscientes de que había quedado al descubierto un filón evangelizador, y que era preciso aplicar la inteligencia y el corazón para obtener el máximo fruto posible. La Escuela de Dirigentes del Consejo Diocesano experimentó, revisó, confrontó, y perfeccionó el método, y surgió así una nueva modalidad de cursillos que cristalizaría en los Cursillos de Cristiandad.
El hombre está sediento de trascendencia, sediento de Dios, aunque no sea consciente de ello. Y Jesús sigue ofreciendo la fe y el amor al hombre de hoy. Del encuentro personal con Él surge una nueva mirada sobre la propia vida, surge el reconocerlo y acogerlo como Mesías, y nace la adhesión a su mensaje de salvación y el deseo de difundirlo en el mundo. Así le sucedió a la samaritana del pasaje evangélico, y así hace suceder en toda persona que tiene un encuentro con Cristo. La evangelización no es un conjunto de técnicas o actos, sino una propuesta, un anuncio explícito de Jesús a través de la palabra y el testimonio, que provoca la conversión y la adhesión de quien entra en contacto con la comunidad cristiana y se integra en ella, convirtiéndose, de evangelizada, en evangelizadora.
El MCC plantea esta propuesta como un anuncio que se realiza con un estilo alegre y esperanzado, que transmite el Evangelio con fidelidad a la Palabra y al Magisterio de la Iglesia. Con un estilo testimonial, convencido y convincente, que interpela y propicia la conversión. Un anuncio que se centra en la Persona de Jesucristo, y desde Cristo, en el Padre y el Espíritu Santo, y que lleva a la inserción en la Iglesia, a la vida sacramental, a testimoniar la acción de Dios en la propia vida, y a construir el Reino de Dios en la tierra.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla