El día 16 del pasado mes de diciembre recibí en el palacio arzobispal a una representación de la gran familia de trasplantados, donantes y personal sanitario. Un encuentro precioso en el que compartimos testimonios realmente emocionantes, rezamos juntos, y cantamos un villancico. Aquel grupo humano transmitía solidaridad y vida, era como un aliento de esperanza. Allí me presentaron a Ana Camila, joven pendiente de un trasplante de corazón. Le dije que la tendría muy presente en mis oraciones para que todo se resolviera del mejor modo posible. Ocho meses después, en los primeros días de agosto del nuevo año, pudo realizarse la intervención quirúrgica del trasplante de corazón, y Ana Camila comenzó una nueva etapa en su vida, como un volver a empezar, gracias a la generosidad de otra persona, que no conocemos, un auténtico ángel que se ha hecho presente en su camino.
De nuevo celebraremos el Día Mundial de la Donación de Órganos y Tejidos; será el próximo 14 de octubre. La donación de órganos es, sin la menor duda, una forma concreta y peculiar de caridad. Vivimos tiempos de cambios continuos, más que en una época de cambios, nos hallamos en un cambio de época, como señaló el papa Francisco. Tiempos de individualismo que suele desembocar en el egoísmo. Por eso es tan importante entrar en la vivencia de la gratuidad, en el camino de la donación. El papa Benedicto XVI, señalaba a los participantes en un Congreso Internacional sobre la Donación de Órganos que “existe una responsabilidad del amor y de la caridad que compromete a hacer de la propia vida un don para los demás, si se quiere verdaderamente la propia realización. Como nos enseñó el Señor Jesús, sólo quien da su vida podrá salvarla” (cf. Lc 9, 24).
La familia de trasplantados, donantes y personal sanitario, es muy especial. Son personas que han pasado y pasan por enfermedades, tratamientos, listas de espera, con todo lo que comporta de incertidumbre, de ansiedad, de sufrimiento. Son personas bregadas en la escuela del dolor, que bien integrado humana y espiritualmente, es fuente de maduración personal. Me resulta muy edificante también la serenidad e incluso la alegría de las familias de los donantes, que, a pesar de haber perdido a un ser querido, se alegran de haber dado vida a otras personas. Es muy de agradecer, y refuerza los vínculos de toda esta gran familia. Gracias a Dios, los progresos de la medicina permiten una vida cada vez más digna a todas las personas, y en particular a las que sufren. En este sentido, los trasplantes de tejidos y de órganos constituyen una gran conquista de la ciencia médica y son vida y esperanza para muchas personas.
La donación de órganos es, verdaderamente, un acto de amor, un testimonio de caridad que lleva a vislumbrar más allá de la muerte, que procura que siempre venza la vida. Los receptores y sus familias son muy conscientes del valor de este gesto, porque más allá del beneficio terapéutico, reciben también un testimonio de entrega, de amor, que debe suscitar a su vez una respuesta igualmente generosa, una actitud de donación a partir de la nueva vida que comienza. Todo ello nos ha de ayudar a trabajar en una cultura de la solidaridad. María Santísima, la Virgen de las Angustias, nos acompaña en este camino y nos enseña a vivir con la mirada puesta en el Señor y en los hermanos; en el Señor, pidiendo su fuerza y su gracia; en los hermanos, para llevar a la vida la práctica de la donación y el servicio generoso. Para todos mi abrazo fraterno y mi bendición.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla