La liturgia de este domingo nos invita a la espera de Jesús y a la vigilancia activa desde una actitud de alegría: «Estad siempre alegres», nos dice San Pablo hoy, tal como escribió a la comunidad de Tesalónica (1 Tes 5, 16); con esa alegría profunda, fruto de la vida en Cristo, que nada ni nadie nos puede arrebatar. Nos alegramos porque el Señor está cerca y dentro de pocos días celebraremos el misterio de su Nacimiento, en la noche de Navidad. El Evangelio nos presenta la respuesta de Juan el Bautista cuando algunos le preguntan sobre su identidad. Entre otras cosas les contesta: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia” (Jn 1, 26).
Está en medio de nosotros, está con nosotros, pero muchos no le conocen, y aparentemente no tienen mucho interés por conocerlo. ¿Cómo es posible este desconocimiento y esta falta de interés? A lo largo de la historia el ser humano ha buscado la verdad, la luz, así se ha sentido impulsado por su propia naturaleza. Ha buscado la verdad, el sentido de las cosas y sobre todo el sentido de su vida. En todas las culturas encontramos las preguntas fundamentales sobre la propia identidad, sobre el origen y el final de la vida, sobre el mal y la muerte, sobre el más allá. Y quien busca la verdad y el bien, en el fondo está buscando a Dios, y si su búsqueda es seria y coherente, tarde o temprano acaba encontrando a Dios.
También es evidente que todo ser humano desea ser feliz, y se entrega con ilusión a proyectos y actividades esperando saciar su sed de felicidad. Pero muy a menudo experimenta la insatisfacción y el vacío interior que los bienes materiales no pueden llenar, y se pregunta por qué no es feliz teniéndolo todo. Es que solo Dios puede saciar su sed profunda de trascendencia, solo en Dios puede encontrar la felicidad que anhela su corazón, solo en Él la alegría plena que rezuma la liturgia de la Palabra de este tercer domingo de Adviento.
“En medio de vosotros hay uno al que no conocéis”. La existencia humana es como un camino de crecimiento y maduración en el que vamos experimentando las grandezas y también las limitaciones y miserias de la vida humana: la contingencia, el dolor, la enfermedad, la soledad, la pérdida de sentido y de esperanza. Hay muchos contemporáneos nuestros que quizá no le conocen, pero son personas honestas, que buscan la verdad y procuran hacer el bien. No me cabe la menor duda que tarde o temprano se encontrarán con Dios, se encontrarán con Cristo. Porque Él es la Verdad y el Bien, y sale al encuentro.
En medio de nosotros hay uno al que muchos no conocen y otros deberíamos conocer más y mejor. Por eso hemos de estar atentos al paso de Dios por la vida, a la venida del Señor. Juan Bautista no era la Luz, era una voz que clamaba en el desierto, un testigo de la Luz; y nosotros, en medio de este mundo, en el que no faltan tinieblas y oscuridades, también estamos llamados a ser testigos de la Luz, testigos de Cristo, testigos de la Verdad, en la familia, en el trabajo, en nuestros ambientes; en la universidad, en la oficina, en la fábrica, en los ratos de descanso y de ocio, en todas las ocupaciones. Vivir en la Verdad, transparentar a Cristo Verdad, a Cristo Luz, sin imposiciones, porque la luz y la verdad no se imponen, pero con la conciencia clara de que hemos recibido la misión de ser sus testigos en medio del mundo.
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla