Carta dominical del Arzobispo de Sevilla
Llegamos a una nueva Semana Santa. El Domingo de Ramos recordamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y actualizamos litúrgicamente ese acontecimiento. Repetimos las palabras que entonces pronunció la muchedumbre y también llevamos las palmas en nuestras manos. Pero en el conjunto de las celebraciones de la Semana Santa, el día de hoy es como el pórtico, una introducción de los acontecimientos, que a lo largo de esta semana la Iglesia nos propone vivir. La liturgia de hoy nos habla también de la Pasión del Señor, porque conmemoramos dos hechos: por una parte, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, y por otra, la muerte de Jesús con la lectura de la Pasión.
En el versículo que se lee antes del Evangelio, hallamos la síntesis de los acontecimientos de esta Semana, en la que hoy nos introducimos: Cristo Jesús «se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó, sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»».
Un año más nos hemos de preguntar qué incidencia tienen estas celebraciones sobre nuestra existencia y con qué actitudes nos disponemos a vivirlas. San Andrés de Creta nos exhorta a que nuestras palmas sean una alabanza sincera por su victoria de la cruz, a que aclamemos al Señor ayudando al hermano necesitado, a que alfombremos el camino abriendo las puertas del corazón para que él pueda entrar y renovarlo, porque viene a salvarnos (cf. PG 97, 1002). Hemos de recibir con el corazón abierto al que se ha hecho en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Por eso es propio de este día vivir el gozo y la fiesta por la misericordia de Dios, que viene a nosotros, para llenarnos de su luz, aquella luz que alumbra a todo hombre, que estaba en el mundo desde el principio. En la inminencia de la Pasión, contemplemos la gloria del Señor. La cruz de Cristo es su gloria y su exaltación, el lugar desde el que, cuando sea elevado, atraerá a todos hacia él.
Uno de los lugares que más impresiona de Tierra Santa es la basílica del Santo Sepulcro, que alberga el lugar de la crucifixión y la tumba donde fue depositado el cuerpo del Señor. Su muerte en la cruz fue contemplada por numerosos testigos presenciales; en cambio, no tenemos descripción alguna del acontecimiento de la resurrección. Los evangelios relatan que las mujeres, en la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron a ver el sepulcro, y lo encontraron abierto y vacío. Un ángel del Señor les comunicó que había resucitado. Ellas marcharon para anunciarlo a los discípulos, y precisamente en aquel momento se encontraron con Jesús, que les dijo: «No temáis; id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10).
¿Qué significa ir a Galilea? ¿Qué significa volver a Galilea? ¿Por qué Galilea es el lugar de encuentro con el Resucitado? Conviene recordar que Galilea ha sido el escenario principal de su predicación y de su actuación. En Galilea se pronuncia el «Sermón de la montaña», las Bienaventuranzas y el Padrenuestro, la mayor parte de las parábolas, su enseñanza sobre los publicanos y marginados. Galilea es el lugar de la llamada de los discípulos. Allí le han visto sus discípulos orar, curar a los enfermos, perdonar los pecados, liberar de espíritus inmundos, acoger a todas las personas, sembrar en los corazones una esperanza nueva.
Pero ahora hay algo más. El relato de la resurrección según san Mateo apunta a Galilea, con el objetivo de “ver” a Jesús. Los discípulos fueron al monte que Jesús les había indicado, y al verle lo adoraron. Entre las experiencias anteriores y el nuevo encuentro con Jesús, ha tenido lugar la Pasión, Muerte y Resurrección. El “ver a Jesús”, el encuentro con Cristo resucitado, es el fundamento para su misión de testigos. Son apóstoles, testigos enviados, en tanto que han visto a Jesús, han convivido con él, han sido testigos de su vida, Pasión, Muerte y Resurrección. Esta escena sintetiza la experiencia pascual de los discípulos. Jesús se les acerca y los confirma en su misión desde una nueva dimensión, y los envía a hacer discípulos a todos los pueblos.
¿Qué significa para nosotros ir a Galilea? Significa renovar y actualizar el encuentro con Cristo, redescubrir nuestro bautismo como inicio de una nueva vida de hijos de Dios, llamados a desarrollar en plenitud nuestra realidad de hijos de Dios, llamados a la santidad y al apostolado. Volver a Galilea significa reavivar el carisma, la gracia que hemos recibido y que hemos de hacer fructificar, significa recrear la experiencia de encuentro con Cristo, que pasó por mi lado, que se hizo el encontradizo en el camino, y me llamó también a anunciar la buena nueva del Evangelio, a construir una nueva humanidad, porque él hace nuevas todas las cosas.
Los apóstoles no habían entendido del todo el mensaje de Jesús y discutían camino de Jerusalén quién de ellos era el más importante; más aún, cuando llegó el momento de la Pasión no estuvieron a la altura de las circunstancias. Pero el Señor les encarga ir a Galilea para encontrarse con él, para recibir su nueva instrucción y su mandato misionero, a partir de la cruz y de la resurrección. Cuando nos alejamos del camino, cuando no estamos a la altura, cuando malbaratamos el don de Dios, Cristo resucitado siempre nos espera en Galilea para ofrecernos su luz y su gracia y para confirmarnos en la misión.
En la Semana Santa celebramos los misterios centrales de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Días de reflexión profunda, días de intensidad en la fe. Vivamos estos días con fuerza y devoción como pueblo cristiano que somos, haciendo honor a los que nos han precedido y trasmitiendo el tesoro de nuestra fe cristiana a los más pequeños y jóvenes de la familia.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla