El pasado 24 de junio recibimos la visita de monseñor Adolfo Tito Yllana, Nuncio del Santo Padre en Israel y Chipre y Delegado Apostólico en Jerusalén y Palestina. Mantuvimos un diálogo interesantísimo y enriquecedor sobre Tierra Santa y sobre la actualidad de la Iglesia y el mundo. Le hablé de la peregrinación de la Archidiócesis de Sevilla, prevista del 7 al 14 de julio. Con él nos preguntábamos qué sentido tiene una peregrinación a Tierra Santa en los tiempos actuales o en qué radica el atractivo de aquellos Santos Lugares para los cristianos y no cristianos. Para los cristianos, en particular Nazaret, Belén y Jerusalén significan el lugar de encuentro y de unión de Dios con el ser humano, la irrupción poderosa del Eterno en el tiempo, en la historia humana. Es el lugar donde Dios entra en la historia, que de este modo se convierte en Historia de Salvación.
La peregrinación a los santos lugares tiene como finalidad principal la conversión personal. Además de la preparación conveniente que se hace previamente, en cada lugar que se visita se lee algún pasaje del Evangelio correspondiente, se hace un rato de oración y de esta forma se entrelazan las imágenes y los recuerdos de la geografía y de la vida de Jesús con los relatos que ya conocíamos desde niños. Pero después de tomar parte en la peregrinación, disponemos de muchos más datos para poder entender los Evangelios y también para nuestra reflexión personal.
Peregrinar a Tierra Santa significa ponerse en camino, abrir el entendimiento y el corazón, ponerse en actitud de escucha y de encuentro. El desprendimiento y la desinstalación son esenciales para el peregrino. La peregrinación ha de propiciar un camino interior de cambio, de conversión personal. Una experiencia fundamental de estos días ha de ser la escucha atenta de la Palabra de Dios, siempre viva y eficaz, en aquellos mismos lugares geográficos en que fue pronunciada, que como recordaba san Pablo VI, permiten al cristiano ponerse en contacto directo con el ambiente, en el cual “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14).
No vamos a hacer turismo, aunque visitaremos lugares importantes, significativos, y de gran belleza. Pero la finalidad principal es que en estos días experimentemos un renovado encuentro con Cristo, que refuerce nuestra conciencia de que somos discípulos suyos, llamados a dar un testimonio gozoso de la nueva vida que nos ha alcanzado por su misterio pascual. También hemos de hacer camino con los hermanos y descubrir a Cristo en ellos. La peregrinación ayuda a ensanchar los horizontes de la mente y del corazón, facilita el descubrimiento de realidades nuevas y de situaciones que uno no se puede imaginar. En ese camino, también se facilita el encuentro con muchas personas diferentes, y en particular de nuestros hermanos, los cristianos de aquellas tierras, que viven en una situación de fragilidad extrema. De esta manera colaboramos en su sostenimiento económico y también les damos aliento con nuestra presencia, particularmente por las calles de Jerusalén.
En definitiva, cada una de nuestras pequeñas existencias viene a ser como una peregrinación a la casa del Padre por los caminos del mundo y de la historia. Una peregrinación que se identifica con el seguimiento de Jesús y que él mismo describe: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9, 23). Estas palabras expresan la radicalidad y el compromiso de una decisión que no se aviene con las vacilaciones o con el volver la vista atrás. Se trata de una exigencia fuerte, que en su momento impresionó a los discípulos, y que a nosotros también nos llama la atención. Pero no olvidemos que el seguimiento de Cristo, el ideal de vida que él nos propone en el Evangelio, llenará de sentido nuestra existencia, la llenará de amor y alegría.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla