Carta dominical del Arzobispo de Sevilla.
Hoy, domingo cuarto de Pascua, «domingo del Buen Pastor», celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas bajo el lema, «Ponte en camino. No esperes más». Esta doble jornada pretende suscitar en los jóvenes la pregunta por su vocación, y que la comunidad cristiana promueva las vocaciones cristianas con la oración y el acompañamiento; también tiene como finalidad sostener las vocaciones de especial consagración que surgen en los territorios de misión, para que ninguna de ellas se quede frustrada por falta de recursos. Para ello, además de la oración, promueve la colaboración económica.
Todo el tiempo de Pascua es una mirada gozosa y agradecida hacia Jesús, que está presente en medio de la comunidad de sus discípulos por la fe y los sacramentos y que nos comunica su misma vida. Él nos precede, nos abre el camino hacia la vida, él es el Pastor que nos conoce a cada uno de nosotros por nuestro nombre y nos lleva con él, a fin de que tengamos vida y la tengamos en abundancia, como dice al final el fragmento del evangelio que leemos hoy. Para ello la Iglesia nos invita a orar para que a las comunidades cristianas no les falten vocaciones sacerdotales y religiosas.
Se ha dicho que la Iglesia católica, en Europa, vive un invierno vocacional y que la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas es una de las principales manifestaciones de la crisis de fe en nuestra sociedad y de lo que se ha calificado como creciente debilidad institucional de la Iglesia entre nosotros. No cabe duda de que éste es uno de los motivos de sufrimiento para todos, y especialmente para quienes tenemos más responsabilidades en la vida de la Iglesia.
Pero en la segunda lectura de la Santa Misa de hoy escuchamos un fragmento de la primera carta de San Pedro, que vamos leyendo desde el segundo domingo de Pascua, con una exhortación que es muy válida para los discípulos de Cristo en cualquier momento y lugar, siempre que se encuentren con situaciones de debilidad – sea personal o institucional- y de sufrimiento o incluso de opresión o de persecución. San Pedro nos recuerda que Jesús soportó con paciencia las injurias y sufrimientos de la cruz, poniéndose, obediente, en manos del Padre y ofreciéndose como víctima expiatoria por nuestros pecados; y por eso, el Padre lo resucitó y lo constituyó “Señor y Mesías”, como dice San Pedro, mencionando estos dos títulos cristológicos que son fundamentales en la confesión primitiva de la fe.
La paciencia del cristiano frente a las pruebas y contradicciones no es nunca una resignación fatalista; la paciencia cristiana es eminentemente activa. Debemos trabajar siempre con la esperanza puesta en Cristo resucitado. Me parece que, sobre todo durante este tiempo de Pascua, los cristianos deberíamos vivir aquel estado de espíritu que llevó a San Esteban a decir, ante quienes le perseguían y le llevaban a la muerte: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (Hech 7,56).
Esto es válido en todos los momentos y situaciones de nuestra vida, y especialmente en el ámbito del nacimiento y del cultivo de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Todo cristiano está llamado a dar testimonio y anunciar el evangelio, por el bautismo y la confirmación, pero a la vez, la dimensión misionera está especialmente unida a la vocación sacerdotal y religiosa. Si tenemos los ojos fijos en Cristo resucitado y creemos que está presente y actuando entre nosotros, jamás caeremos en una actitud de desánimo y resignación por la falta de vocaciones. Al contrario, trabajaremos con nuevo ardor dando lo mejor de nosotros mismos, con la gracia de Dios. El Señor no dejará de ayudarnos para que muchos jóvenes respondan generosamente a su llamada cuando les diga: «Ponte en camino. No esperes más».
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla