El próximo 18 de noviembre tendrá lugar en nuestra Santa Iglesia Catedral de Sevilla la beatificación de 20 cristianos que dieron su vida por Cristo en el pasado siglo en España, el año 1936. Hijos de la Iglesia, mártires, testigos de la caridad de Cristo. Es un acontecimiento que estamos llamados a vivir en un clima de fe profunda, un acontecimiento de gracia que llena de júbilo a la familia diocesana. Damos gracias a Dios por el testimonio que nos dejaron estos hermanos nuestros, entre los que se encuentran diez sacerdotes, un seminarista y nueve seglares. Recordamos con gratitud su sacrificio, que es una manifestación luminosa y esperanzadora de la civilización del amor predicada por Jesús. El testimonio de fe de los mártires españoles del siglo XX llenó de admiración al escritor Paul Claudel, que decía: “¡Tantos mártires y ni un solo caso de apostasía!”.
Los mártires no se avergonzaron del Evangelio, sino que permanecieron fieles a Cristo y llevaron su seguimiento hasta las últimas consecuencias: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará” (Lc 9, 23-24). Ellos fueron sepultados con Cristo en la muerte, y viven con Él por la fe en la fuerza de Dios. Benedicto XVI en su carta apostólica para el Año de la Fe nos recordaba: “Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor, con el perdón de sus perseguidores” (Porta fidei, 13).
Son todos ellos víctimas inocentes, asesinados por odio a la fe, porque eran católicos, porque eran sacerdotes, seminarista, laicos, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como centro de su vida. No odiaban a nadie, procuraban vivir en paz y hacer el bien. Su apostolado era la catequesis en las parroquias, la enseñanza en las escuelas, el cuidado de los enfermos, la caridad con los pobres, la asistencia a los ancianos y a los marginados. A la crueldad de los perseguidores, no respondieron con violencia, sino con mansedumbre y humildad. Procuremos que esta celebración sea un acontecimiento de gracia, que revitalice la fe de nuestras comunidades cristianas; que haga de ellas espacios de justicia, de amor y de paz; también de convivencia y de reconciliación. Los mártires son una riqueza espiritual para todos.
La Iglesia los honra con culto público, y quiere glorificar a estos testigos heroicos del evangelio de la caridad, porque merecen admiración e imitación. Nuestra celebración es una llamada a la paz, a la fraternidad, a la concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Con su caridad, los mártires resistieron la furia del mal, como un muro sólido que se opone a la violencia; con su mansedumbre mártires desactivaron las armas de los déspotas y de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales del perdón y de la paz en la tierra.
En estos tiempos convulsos y violentos, ¿qué mensaje nos ofrecen los mártires? Ante todo nos invitan a perdonar. El papa Francisco nos exhorta continuamente al perdón, a que perdonemos siempre. Estamos llamados al perdón, más aún, al gozo de perdonar, a eliminar de la mente y del corazón el rencor y del odio. También nos hacen una llamada a la conversión, para que en nuestra vida prevalezcan la bondad y la misericordia. Todos estamos invitados a convertirnos al bien. La beatificación de nuestros mártires ha de ser la fiesta de la reconciliación, del perdón dado y recibido, el triunfo del Señor de la paz. Que por su intercesión y la de María santísima, Reina de los mártires, seamos artífices de reconciliación en la sociedad y de comunión en la Iglesia, constructores de paz y fraternidad.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla