

La Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo el día 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes. Este año el Santo Padre nos ha ofrecido mensaje a partir de una cita de la carta de san Pablo a los romanos: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). La Iglesia en España inicia la Campaña del Enfermo el 11 de febrero, y la clausura el 5 de mayo, con la Pascua del Enfermo. El mensaje nos exhorta a reflexionar sobre la presencia de Dios en nuestra vida, especialmente cerca de las personas que sufren, a partir de tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir.
La enfermedad puede ser ocasión de un encuentro que nos transforma y nos hace más fuertes en la medida en que somos conscientes de que no estamos solos. En el tiempo de la enfermedad experimentamos toda nuestra fragilidad física, psicológica y espiritual, pero, por otra parte, sentimos la cercanía y la compasión de Dios, que en Jesús ha compartido nuestros sufrimientos. Él no nos abandona nunca y nos da la fuerza para sobrellevar el sufrimiento. La enfermedad, por más dolorosa que sea, por más difícil de entender que nos resulte, puede convertirse en una oportunidad de encuentro con el Señor, que nos purifica, que nos transforma, que con su gracia nos hace crecer como personas y como cristianos, y recorrer un camino compartido con los hermanos.
La enfermedad, el dolor y el sufrimiento están presentes en la vida del ser humano. Se trata de una realidad que provoca preguntas profundas y que pide respuestas, sobre todo por parte de los hombres y mujeres de hoy, que, debido a los avances de la ciencia y la técnica, tienden a huir del dolor y a esconderlo. Es cierto que la medicina avanza cada vez más y alivia las dolencias y padecimientos. Pero su ámbito es sólo una de las dimensiones a considerar. El sufrimiento es algo más amplio que la enfermedad, por lo que se distingue, por ejemplo, entre sufrimiento físico y moral.
El sufrimiento humano es muy variado y diverso, más amplio que la enfermedad física. Se sufre en el tercer mundo y se sufre en el primer mundo, aunque por distintos motivos. Se sufre en la infancia, en la juventud, en la madurez y en la vejez. A veces el sufrimiento es llevadero, pero otras veces es tan fuerte que puede llevar a la desesperación. Y en medio del sufrimiento el ser humano se pregunta por qué, y necesita respuesta, necesita sentido. Según Viktor Frankl, el ser humano es capaz de encontrar un sentido independientemente de la edad, la cultura, el ambiente, el temperamento, la religión, etc. Sobre todo, y por encima de todo, el ser humano es capaz de encontrar un sentido más profundo y último en su vida, un sentido anterior a nosotros y que está más allá de nuestras expectativas.
La fe es de gran ayuda para encontrar este sentido, este camino. Por mucho que lo intentemos, nuestras explicaciones para justificar la enfermedad y el dolor acaban siendo insuficientes. Para encontrar una respuesta válida a la pregunta sobre el sufrimiento no hay otro camino que acercarnos a Dios, a su revelación. Es en Dios donde encontramos el último sentido de todo lo que existe. Por eso, para encontrar el sentido profundo del sufrimiento, es necesario acercarse con humildad al misterio y acoger la luz de la revelación. Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el porqué del sufrimiento en la medida en que somos capaces de penetrar en el conocimiento de la grandeza del amor de Dios. El amor de Dios es también la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta respuesta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. Que este Año Jubilar sea ocasión para el encuentro con Cristo y con la Iglesia; que nos dejemos llevar de la mano de María Santísima, la Madre de la Iglesia, que nos lleva al encuentro con Cristo.
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla