El domingo 28 de julio celebramos la IV Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. El papa Francisco propone como tema de reflexión para este año una cita del Salmo 71: “En la vejez no me abandones” (cf. Sal 71,9). Pretende subrayar cómo la soledad es, desgraciadamente, la compañera amarga en la vida de tantos mayores que, a menudo, son también víctimas de la cultura del descarte. El nivel moral de una sociedad es proporcional a la forma en que trata y cuida a sus ciudadanos de edad más avanzada. Las personas mayores han de ser una parte viva y activa de las familias y, por consiguiente, de la sociedad. En la antigüedad eran consideradas como una fuente de sabiduría porque acumulaban no sólo conocimientos, sino sobre todo experiencia de vida.
La Sagrada Escritura recomienda en diferentes lugares respeto y valoración para ellos: “Álzate ante las canas y honra al anciano. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor” (Lv 19,32). Dios nunca abandona a sus hijos.
Por otra parte, los abuelos y abuelas de ahora no responden al estereotipo de unos ancianos venerables acomodados en su mecedora, porque la longevidad es cada vez mayor, y se va imponiendo una figura más moderna y dinámica. Viajan, hacen ejercicio e incluso los más audaces se animan a adentrarse en las nuevas tecnologías y en internet. Y como en muchas familias trabajan fuera de casa tanto el padre como la madre, los mayores realizan una importante tarea de suplencia en el cuidado de los niños. Abuelas y abuelos llenos de ternura, de paciencia y de experiencia de la vida que se convierten en verdaderos puntos de referencia en muchos aspectos para los niños, porque comparten con ellos tiempo, juegos y diálogos sobre los interrogantes que se van despertando en los más pequeños.
En este acompañamiento se integra también una comunicación de su experiencia de fe y de vida cristiana. Por esto están realizando una tarea fundamental en la transmisión de la fe, así como en la transmisión de la cultura y de las tradiciones. Ellos disponen de tiempo, un tesoro que a menudo les falta a los padres. Se trata de una contribución de gran importancia a la Iglesia y a la sociedad, una aportación que hemos de valorar y agradecer como se merece. Seamos agradecidos con todas aquellas personas generosas que no se preocupan de añadir años a la vida, sino que añaden vida a los años que el Señor les concede vivir. Años de peregrinación, años de vivencias, años para hacer el bien, años de lucha a pesar de que las fuerzas físicas vayan disminuyendo. Años para recoger todo lo sembrado a lo largo de la vida.
Recordemos una vez más el Salmo 91, «el justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano … En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso para proclamar que el Señor es justo» (13, 15-16). Las personas mayores tienen mucho que enseñarnos porque han hecho síntesis, una síntesis de la vida; porque viven la verdad profunda de la vida y de las cosas, porque se van liberando de los apegos egoístas para centrarse en lo esencial y, en definitiva, para encontrarse con Dios. En el fondo, son un tesoro para todos nosotros y nuestras familias. En esta IV Jornada Mundial dedicada a ellos, seamos detallistas, y mostremos nuestro agradecimiento con ternura a los abuelos y a los mayores de nuestras familias, y vayamos a visitarlos si están en residencias. Ellos lo han dado todo por nosotros, que sepamos devolverles algo de lo que nos dieron. Si nuestra sociedad camina por sendas de egoísmo y de descarte, que sepamos contraponer un corazón abierto y un rostro alegre. Que Dios nos ayude para que sepamos valorarlos y amarlos cuando más lo necesitan.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla