El próximo miércoles, 1 de mayo, celebraremos la fiesta de san José Obrero, patrono de los trabajadores, y también el Día Internacional de los Trabajadores. Esta celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el papa Pío XII con la finalidad de dignificar el trabajo manual poniendo a san José como modelo y protector de los obreros y sus familias.
El trabajo es una dimensión fundamental de la vida humana que engloba el conjunto de actividades que se realizan con el objetivo de alcanzar metas, de producir bienes y servicios, o de solucionar problemas que se producen.
Para el creyente tiene además un sentido de participación de la obra creadora de Dios y de servicio a los hermanos, así como una ocasión de colaboración con los demás, y un medio de santificación personal. Nuestro trabajo también comporta una relación con la naturaleza y unas consecuencias en el medioambiente y en la casa común. Todos estos vínculos tienen sentido de forma individual y colectiva. Cuando nos focalizamos con exclusividad en una dimensión, esas relaciones se ven perjudicadas. Si nos empeñamos únicamente en el beneficio económico o en el éxito personal, perdemos la esencia última del trabajo y nos alejamos de su sentido último.
Es muy importante descubrir el sentido de todos los aspectos de la vida, y el trabajo es uno de ellos, porque es una de las ocupaciones en las cuales empleamos más tiempo. El gran humanista Víktor Frankl insistía en las posibilidades que contiene para sociabilizar, para relacionarnos con los demás, para interactuar, para integrarnos en la comunidad, en la sociedad, para salir de sí mismos: “El trabajo puede representar, en particular, el espacio en el que la peculiaridad del individuo se enlaza con la comunidad, cobrando con ello su sentido y su valor (…) este sentido y este valor corresponde en cada caso a la obra (…) y no a la profesión concreta en cuanto a tal”( Psicoanálisis y Existencialismo, México 1997, p. 171).
Su discípulo Alex Pattakos subraya que el trabajo ha de ser una oportunidad para encontrar sentido a nuestra vida: “En nuestro empleo, todos podemos elegir entre buscarle activamente sentido a nuestro trabajo o verlo como algo exterior a la vida ‘real’. Si escogemos lo segundo, nos arrebatamos a nosotros mismos una parte enorme de la experiencia vital. Y aunque pensemos que odiamos nuestro trabajo, si nos detenemos lo suficiente para conectar, por dentro y por fuera, con nuestra más amplia relación con el sentido, recibiremos recompensas” (En busca del sentido. Los principios de Viktor Frankl aplicados al mundo del trabajo, Barcelona 2005, p. 61). Ahora bien, la dirección de las empresas ha de colaborar y aportar “sentido”, a través de planteamientos que impregnen las relaciones humanas de valores significativos y que ayuden a sentir que se forma parte de un conjunto con el que vale la pena comprometerse porque su objetivo principal es el bien común.
Si la finalidad principal y casi exclusiva del trabajo de las personas y de las empresas consiste en la mera obtención de beneficios, y desaparecen las normas éticas y morales, entonces la sociedad acaba convirtiéndose en una selva donde prima la ley del más fuerte y afloran todo tipo de egoísmos, codicias, especulaciones, y el deseo de enriquecimiento rápido al margen de toda ética. Como nos recuerda la Doctrina Social de la Iglesia, la organización de los pueblos y ciudades, de los estados, del mundo entero, no puede llevarse a cabo si no se coloca en el centro a la persona humana y si no se tiene como fundamento último a Dios, que quiere el bien de sus hijos y les enseña el camino de su realización integral y de su convivencia como hermanos formando una familia.
Fiesta de san José Obrero, Día Internacional de los Trabajadores. Pidamos a Dios que a nadie falte el trabajo y que los trabajos sean remunerados con justicia y dignidad.
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla